El origen de la sonrisa
La sonrisa de Charlotte es, posiblemente, la historia más importante a nivel personal que he escrito. Lo que se suele llamar la obra magna. Charlotte nació hace muchos años, más de los que me gusta decir, una noche en la cocina de mi abuela mientras ella hacía la cena. Cogí una libreta roja, con el dibujo de un osito, y comencé a escribir. Sin más. ¿Qué era el síndrome del impostor? Seguramente el nombre del siguiente capítulo de Detective Conan. Me senté y escribí. Ya está. No hay más. Qué fácil era entonces.
¿Tenía algo pensado? El nombre de las dos protagonistas y cómo iban a conocerse. ¿Y el resto? No. Algo les pasaría, digo yo.
Charlotte se llamaba Nayara y tenía doce años; Jane era Annia. No compartían nada, absolutamente nada, pero iban a vivir juntas. ¿Por qué? Porque yo lo había decidido. ¿Pero por qué? Pues porque lo decía yo y punto. Dos capítulos, eso duró este primer borrador llamado Ni contigo ni sin ti.
Y pasó al olvido hasta que unos años después, tras escribir Vivir con mi hermana (jamás preguntes por ella, solo la quiero yo y porque la he parido) me volvió a picar el gusanillo de Nayara y Annia y volví a intentarlo. Ni contigo ni sin ti era algo parecida a Vivir con mi hermana, no tendría que ser un gran cambio, así que seguro que iba a salir bien. Spoiler: fracaso rotundo. Aunque en esa ocasión creo que aguanté unos cuatro capítulos. Nayara ya no tenía doce años, sino catorce y se había criado en un centro de menores (a mí siempre me ha ido un buen drama); Annia no era actriz, era cantante, una muy buena, todo hay que decirlo.
También cayó en el olvido. Fallaba, algo fallaba, algo o todo, no sabía qué exactamente, pero no quería que esa historia fuese así. ¿Qué es lo que le faltaba? ¿Qué estaba haciendo mal? Demasiadas preguntas para una mente inquieta como la mía. No tenía tiempo para arreglar historias. Decidí dejarla y llegaron muchas novelas entre medias. No volví a acordarme de Nayara ni de Annia. Hasta otra noche. “Eh, yo tenía una historia con una premisa bonita… ¿Y si le doy un giro?” y comenzó todo otra vez. Estábamos ya en 2011, habían pasado casi diez años desde la primera vez que empecé a escribirla. Lo primero era cambiar a Nayara. ¿Por qué? No lo sé, pero había que cambiarla. “¿Y si le bajo la edad?” le pregunté a mi amiga (Vest, saluda). Miré hacia atrás y vi a mi hermana pequeña en la cama, viendo una película. Y algo hizo clic. ¿Y si el mundo no es tan horrible como pensamos que es? ¿Qué pasaría si, por un momento, lo viese todo a través de los ojos de mi hermana? ¿Y si Nayara es una niña? “Seis años (que luego fueron siete)”, dije. Ya tenía la edad. Pero faltaba el nombre. Hicimos una lista, ninguno me gustaba: Roxanne, Rosana, Leire, Laia (no vale repetir, Isu). No, no, no, no y no. No. Ninguno. Y otra vez a sumergirme en las páginas de nombres… Nombres con A, nombres latinos, nombres griegos, nombres vascos, nombres, nombres, nombres… Como podéis observar, Vest tiene el cielo ganado porque esto es así siempre.
“Eh, ¿Charlotte?”
Y la vi. Sencillamente, la vi. Charlotte. Seis años, trenzas, la camiseta manchada de barro, la cara manchada de tomate.
“Oh, dioses… Isu, estás haciendo un retelling de Pollyanna”. Fue como BOOM, Todo cobraba sentido. ¿Por qué me había sentado aquella noche en la cocina? Porque mi serie favorita había terminado. ¿Por qué volvía a esa idea una y otra vez? Porque echaba de menos lo que había sentido con el libro. Supongo que al final volvemos, queramos o no, a aquello que nos hizo felices alguna vez.

Bienvenida, Charlotte.
Pero faltaba la mitad de la novela… Charlotte necesitaba una hermana. ¿Por qué una hermana? ¿Por qué no? Respuesta contundente. No hay más preguntas, señoría. Una chica mayor, pongamos veintiséis (que luego fueron veintisiete), pero otro nombre. Necesita otro nombre. ¿Cuál? ¿Qué nombre le pongo? ¿Cómo se llama? Piensa, piensa, un nombre bonito, piensa, piensa…
Tata, mira, es Jane, dijo Adriana, señalando la tele.
Jane. La hija de Wendy en Peter Pan 2. La niña que había dejado de ser niña por obligación. Jane. Jane Brown.
A partir de ahí, todo surgió poco a poco. Personajes que jamás pensé tener entraron en mi mente saludando (Nicolás entró comiendo) y se acomodaron. Estaba completo. Bueno, casi completo. ¿Qué falta? Tenemos protagonistas, tenemos secundarios, tenemos trama…
Qué, qué, qué.
El perro se subió en la cama. Claro, faltaba un mejor amigo. Yo había perdido al mío un par de años atrás, cómo iba a dejar a Charlotte sola, era impensable. Pero un perro no. Tampoco un gato. “¿Qué quieres entonces?”, “No sé, algo que no sea común. Charlotte es especial, necesita un mejor amigo especial… ¡Un hurón!”.
Miau (del nombre hablaremos en otra ocasión). Ahora sí. Ahí estaba la familia al completo.
Escribir ese primer borrador terminado me llevó ocho meses, sesiones de escritura de horas y horas, lágrimas, apuntes, resoplidos, sonrisas y una vuelta a la infancia. Ver el mundo con los ojos de Charlotte es, sencillamente, algo que deberíamos hacer al menos una vez al mes para decir “eh, que igual el problema es que le damos importancia a cosas idiotas”.
Cuando comencé La sonrisa de Charlotte, tenía una hermana. Cuando le puse el punto y final, tenía dos. Magia.
Pero ese borrador pasó por muchas correcciones, también por varias propuestas editoriales, dos dijeron que sí, pero luego se echaron para atrás porque era (y es) difícil catalogar la novela. Así que siguió en el cajón, bueno, sin contar foros y wattpad. Y un día volví a querer intentarlo, pero no con el mismo borrador. Corregí una, dos, tres, cuatro veces. Puede que cinco. Quizás seis. La historia era la misma, pero diferente. No, necesito algo más. Empieza de cero. Y empecé de cero. Prohibido copiar y pegar. Y Charlotte volvió a nacer, con otra edad. Y con ella lo hizo Jane, con más miedos, con más recuerdos.
Y con ambas nació Gonzalo.
Clic. El clic final. La última pieza que te permite resolver el puzle.
La historia que vino con el sí que alguien sin importancia dijo a continuación puede que ya la conozcas, si no la conoces, olvida esto que he dicho. ¿Por qué? Porque no tiene importancia, porque Charlotte ha vuelto a cambiar desde aquel maldito día, porque el dinero, al final, se puede recuperar, porque las lágrimas terminan por desaparecer, porque aquel dibujo que Stef me entregó en papel fue una señal que me dijo “ten fe”. Y porque todo salió mejor de lo que esperaba.
En todo cuento de hadas hay una villana, puede ser una que te caiga en gracia como Yzma o puede ser el mismísimo Hans que ni olvido ni perdón.
Pero, eh, Cenicienta tuvo a su hada madrina, yo tengo a Roomie Ediciones.